Fichadas

Evento corporativa con un montón de asistentes ocupando las butacas

Era uno de tantos actos a los que debía asistir como parte de mi trabajo con el objetivo de recabar información para después escribir un texto sobre el mismo. Como tantos otros eventos corporativos había butacas llenas de hombres y mujeres con traje que llenaban todas las filas. No era mi primer evento en aquella compañía, ya tenía algunas caras conocidas entre los demás asistentes, aunque muy pocos en comparación con la cantidad de profesionales que trabajaban en la empresa.

Realicé mi trabajo como siempre, con los auriculares puestos para escuchar mejor el audio de los ponentes y tomando notas frenéticamente en mi libreta. No, no me habían dado portátil para estos casos, ni me lo darían nunca. El acto se desarrolló de manera habitual, con la pertinente presentación por parte de un alto cargo, luego el parlamento de los ponentes invitados y, al final, el no menos pertinente cierre con agradecimiento a los ponentes invitados. Un acto como cualquier otro, vaya.

Pero, al terminar el evento y empezarse a levantar los asistentes para disfrutar de la también pertinente copa de cava, ocurrió algo que me resultó tan impactante como incómodo. Mientras estaba recogiendo mis cosas, se me acercó uno de mis compañeros de otro departamento para comentarme ya no recuerdo qué detalles de algún proyecto. Mientras hablábamos se acercaron tres hombres, altos directivos, por su edad y por su actitud, que tenían que decirle algo a mi compañero. Entonces, él, muy educadamente, decidió que debía presentármelos antes de pasar a tratar con ellos de esos asuntos, ya que yo no les conocía. Hasta aquí todo correcto.

Me presenté y tuve que darles los dos pertinentes besos, aunque soy partidaria de abolir esta vieja costumbre y darse la mano entre profesionales, ya sean hombres o mujeres. Pero es cierto que la presión social en el trabajo para con estos aspectos suele alcanzar cotas bastante altas. Hecho esto, mi compañero hizo una pregunta para corroborar que realmente no nos conocíamos y que había actuado bien presentándonos. “¿No os conocías, ¿verdad?”. A lo que yo respondí que no, que no nos conocíamos para acto seguido quedarme estupefacta con la respuesta de uno de esos tres hombres, que debería tener unos sesenta años tirando bajo.

“¡Oh sí! Sí que nos conocíamos, ¡ya nos habíamos visto!” –  a lo que yo insistí que estaba segura de que no nos habían presentado anteriormente. Entonces, él contesto: “Bueno, pues yo ya te tenía vista de otros actos, ya te tenía fichada, vamos”. Mi cara debería ser un poema en ese instante porque me quedé atónita mientras él soltaba una risita leve y sus dos acompañantes mostraban una media sonrisa en sus labios.

Si tengo una virtud, es la memoria. Tengo una increíble memoria, en especial para los detalles, por lo tanto, suelo recordar muy bien fechas, imágenes, nombres y caras. Por este motivo, puedo afirmar con rotundidad que yo con ese directivo ni había hablado, ni me lo habían presentado en la vida. Por esto mismo y, por supuesto, por su comentario, una sensación entre sorpresa, alerta y asco me brotó por dentro. Fue como si sintiera que me podría haber estado observando sin que yo no me hubiera dado cuenta. Y eso da grima. Y repulsión.

Habrá quien dirá que es normal que me dijera eso si me había visto en otros actos, cosa bastante probable. Lo que no cabe dentro de la normalidad es que, aun asegurándole que yo no le había visto nunca, insistiera en remarcar que él sí me había visto y no solo eso. Que me tenía fichada. Fichada. Una expresión que puede sonar natural en una relación de confianza, pero no con un señor con el que no has trabajo ni trabajarás directamente. Por no hablar de la risita y las medias sonrisas cómplices de los otros dos directivos.

Estos tipos de comentarios machistas en el ámbito laboral son muy frecuentes y, lejos de desaparecer, son tomados por gran parte de la sociedad a la ligera, sin darles la importancia que realmente tienen. Y lo cierto es que el nivel de incomodidad y vulnerabilidad que experimentamos las mujeres que los recibimos es muy alto. ¿Por qué razón me tiene que decir a mí un señor que no conozco de nada que me tiene “fichada”? ¿Acaso tiene una lista de mujeres a las que va “fichando” en los eventos corporativos?

A muchas mujeres, yo la primera, este tipo de situaciones nos deja noqueadas, en una especie de shock momentáneo del que tardamos algunos momentos en recuperarnos y sin la rapidez necesaria para contrarrestarlos con contestaciones a la altura. Cuando, más tarde, sigues pensando en ello, sientes rabia por haber sentido vergüenza cuando, en realidad, no tienes culpa de nada.

Para quienes piensen que mis opiniones no tienen fundamento o son exageradas, les pediría que hagan lo que muchas compañeras feministas recomiendan: darle la vuelta a la situación. Es decir, pensar en qué les hubiera parecido la misma escena a la inversa, con una mujer directiva de sesenta y tantos diciéndole a un joven de veinticinco, y que asegura no conocerla, que ya lo tiene “fichado” de otras ocasiones. Apuesto a que lo encontrarían poco apropiado, más si va seguido de risitas. En mi opinión, da mucho que pensar, ¿no?

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