Las dos caras de la moneda

Un globo rojo con cinta blanca vuela en el cielo azul

Hoy ha sido un día muy intenso. Mientras conducía hacia mi trabajo, he recibido una llamada con una buena noticia, que no por ser buena ha dejado de sorprenderme. Uno de los amigos cercanos de mi pareja va a ser padre y su novia, madre, el próximo febrero. Van a tener una niña, después de bastantes meses intentándolo. Sabía que querían ser padres, pero no que ya estaban sumidos en el proceso. Habían preferido llevarlo en secreto hasta ahora por si se presentaban cualquier tipo de complicaciones. Por eso ha sido una verdadera sorpresa y, a pesar de no compartir el deseo de ser madre, me he alegrado muchísimo porque sé que ellos les hace muy felices.

Esto ha sucedido sobre las nueve menos cuarto de la mañana, mientras esperaba a que los semáforos de mi ruta habitual hacia la oficina se pusieran en verde. He seguido avanzando en mi coche y, como cada día, he aparcado en la zona verde cerca de mi trabajo, he salido del coche, he introducido noventa céntimos en el parquímetro, he colocado el tique en el salpicadero, encima de los demás que se han ido acumulando durante el principio de esta semana. He compartido ascensor con personas de otras plantas de mi edificio. Les he dado los buenos días y los he despedido con un adiós. He llegado a mi mesa, he encendido mi ordenador, he introducido mi contraseña, he abierto las ventanas del navegador y he entrado en las cuentas de las redes sociales de mi empresa para comprobar que todo estaba correcto.

Eran las 9:42 de la mañana cuando he recibido un mensaje de whassap. Era una antigua compañera de trabajo con la que hacía mucho tiempo que no hablaba. No por ningún motivo, sino porque, como todos sabemos, la vida lleva a las personas por distintos caminos. El mensaje que he recibido contenía una noticia devastadora. Otra compañera que había trabajado con nosotras durante un año ha fallecido esta semana. La noticia ha caído como una bomba sobre un viernes soleado de octubre.

No sería cierto decir que éramos muy amigas, por eso no voy a escribirlo. Pero sí era una de aquellas personas con la que has compartido un periodo de tu vida, con la que has compartido risas, estrés, momentos buenos y malos, comidas, cotilleos y consejos. Una persona con la que, durante un año, compartiste más horas que con tu propia familia o amigos. Sin embargo, como suele pasar, aunque no queramos, casi sin darnos cuenta ni ser conscientes de ello, al separarse nuestros caminos laborales nos distanciamos y perdimos el contacto. Como me ha pasado con tantas otras personas durante estos últimos años y como, lamentablemente, nos pasa a la mayoría.

A todos nos gustaría mantenernos al día con aquellos con quienes hemos compartido burbujas de tiempo en la sucesión de nuestros días. Pero es inevitable, la vida nos lleva por distintos senderos en los que, tarde o temprano, todos debemos decidir qué dirección tomamos. Lo único que el futuro nunca podrá arrebatarnos será el recuerdo de la senda que ya hemos andado y la compañía de aquellas personas que han estado a nuestro lado.

Por desgracia, no he sabido de su enfermedad hasta que ya ha sido demasiado tarde. Nada en mi yo racional me habría hecho pensar que la vida tendría deparado un destino tan cruel a una persona tan joven, tan alegre y positiva, tan inteligente y divertida, tan cercana y cariñosa. Noticias como esta nos hacen ver la fragilidad de nuestra existencia, la incerteza del mañana. Pero también nos impulsan a disfrutar de cada minuto con más intensidad, a no caer en la trampa de las preocupaciones banales, a afrontar los problemas de manera optimista. Como estoy segura de que hizo ella en los buenos y malos momentos. Su energía se queda para siempre con todos los que nos cruzamos en su vida, sin importar el lugar o el tiempo que compartimos.

Mañana, día en el que iba a cumplir veintisiete años, los mismos que yo cumpliré el 22 de este mes, la entierran en un pequeño pueblecito de León, cuyo nombre nunca olvidaré. El día de hoy ha traído consigo las dos caras opuestas de la misma moneda. La de la vida y la de la muerte. La primera innata, la segunda siempre injusta, pero a veces, un poco más, si cabe.

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